El pragmatismo neoconservador contemporáneo, que ha pretendido acabar con los paradigmas que le dieron sentido a muchos sueños de humanidad y con los sueños mismos, no ha logrado su objetivo. Por el contrario, ha instalado un desafío que nos obliga a todos a nuevas preguntas, algunas de las cuales resultaban impensadas o no hubieran sido posibles en otro contexto. Se exige repensar todo y quienes estamos involucrados en la construcción de alternativas desde las prácticas sociales y, por extensión, quienes trabajamos en el campo de la investigación científica, nos hemos sentido desafiados a hacerlo y a resignificar -en el contexto de escenarios y prácticas sociales diferentes- algunos conceptos que antes fueron vistos como certezas, incertidumbres que comienzan a alumbrar como perspectivas y a retomar preguntas que, quizás, se hablan abandonado.
Todo este movimiento resulta una aventura apasionante, para el conocimiento y para el sentido mismo de la vida.
Asumir que hay nuevas preguntas, que existen otras preguntas, aceptar que los conceptos tienen otro significado, así eso conlleve la aceptación de limitaciones o errores cometidos, es una demostración de vitalidad, de capacidad creativa y de voluntad de cambio.
En medio de este proceso se nos exige también repensar y resituar a la misma comunicación.
Particularmente en el imaginario social, pero también en los espacios académicos, la comunicación ha quedado demasiado reducida a la problemática de los medios en sus diversas expresiones (gráficos, radio, televisión, etc.). La mirada reduccionista que limita la comunicación a los medios nos ha hecho perder de vista gran parte de la experiencia comunicacional que trasciende los medios y las técnicas y que nos habla de los modos de relacionamiento entre las personas y entre los actores sociales. Pero sobre todo, nos ha impedido un reconocimiento más claro y directo de lo comunicacional que se constituye en el espacio de las prácticas sociales y de las organizaciones. Esta falta de reconocimiento ha traído aparejado, como consecuencia insoslayable, que lo comunicacional así entendido se perdió o no se tuvo en cuenta como objeto de estudio en relación con las mismas prácticas.
Entendemos la comunicación como todo proceso social de producción de formas simbólicas, considerando tales procesos como fase constitutiva del ser práctico del hombre y del conocimiento práctico que supone este modo de ser. Esta definición de comunicación comprende y trasciende la mera reproducción selectiva y especializada del manejo técnico de ciertos elementos discursivos de un orden socialmente establecido. Es decir, se ubica más allá del manejo técnico instrumental de los medios de comunicación.
Esto es lo que nos permite afirmar que en todos los sentidos posibles y en el marco de la transdisciplinariedad, la comunicación resulta hoy imprescindible para comprender y desentrañar la complejidad de las prácticas que se dan en la realidad social y en las organizaciones.
En otras palabras. Creemos que no es posible analizar hoy las prácticas sociales y de las organizaciones sin contar con el aporte de la comunicación. Pero simultáneamente es imprescindible advertir sobre el riesgo en el que caen otros: interpretar todo desde la comunicación reduciendo la necesaria transdisciplinariedad que exige la mirada y la interpretación de realidades complejas.