En cualquiera de las circunstancias del pasado, hubo análisis y opinión exagerada sobre la gravitación argentina en América Latina. Predominó el etnocentrismo para interpretar el rol de nuestro país. De todas maneras, algún que otro acontecimiento importante ha demostrado que por distintas razones siempre fue una parte clave de la médula regional. Pero esto tuvo un corte significativo con la crisis de diciembre de 2001. Después de este quiebre y hasta 2007, la Argentina ha experimentado un fenómeno extraño con respecto a lo que fue en otros momentos, como el de tener una baja gravitación política en la región. Esta novedad se dio en un marco de cambios profundos en América Latina. Uno de esos cambios fue el que motorizó Brasil, que es uno de los dos actores del “primer contexto externo” con el que se ha encontrado la Argentina reciente. El liderazgo sudamericano ha sido el aspecto contundente de la transformación brasileña y las consecuencias por este suceso han sido múltiples. Sin embargo lo más destacado es que la relación de Argentina con Brasil finalmente se modificó. Es decir, la relación de intereses nacionales ha sido diferente, pues de eso se trataba. El despliegue del poder brasileño puso al descubierto el constreñimiento del poder argentino, a través del cual nuestro país no ha podido recuperar su influencia en la política regional.