Sin imponerse límites temporales infranqueables y con el debido pudor ante la cronología, el segundo volumen (cuarto, según el orden de aparición) de la Historia crítica de la literatura argentina dirigida por Noé Jitrik se ocupa de un período que se abre vacilantemente con los inicios del rosismo, pero sobre todo tras la clausura del Salón Literario de 1837, y se detiene en la antesala de las transformaciones que confirieron al año 1880 su reputación de fecha crucial. Durante ese medio siglo, tan zarandeado por los temblores de una política entendida literalmente como guerra, la literatura fue menos una práctica posible que un proyecto voluntarioso: al nombrarla, la mayoría de las voces contemporáneas lamentaban un vacío o se hacían una promesa. Y, sin embargo, mientras las promesas y lamentos del proyecto de una literatura nacional concebido por los jóvenes del 37 se iban convirtiendo en lugares comunes, la adaptación criolla del romanticismo no dejaba de producir, contra la insuficiencia de condiciones materiales, sus fundaciones simbólicas, Sarmiento, Mansilla y Hernández redactaban nuestros textos canónicos del siglo XIX, y la poesía gauchesca, despreocupada de proyectos, construía su tradición.