Generalmente pensamos que la alteridad constituye una mirada desafiante —y temerosa— de un yo (o nosotros) hacia el “otro”. Señal de etnocentrismo, la alteridad impide cualquier devolución, tan unidireccional e inamovible resulta el gesto dominante. Representa, en consecuencia, un accionar en el que el sujeto compara y percibe al otro como aquel que no reúne los mismos rasgos esenciales.