No siempre es claro con qué se compromete un filósofo o tradición filosófica, cuáles son sus compromisos metodológicos, los límites que acata, las herramientas de las que considera legítimo echar mano. Todo esto suele estar implícito en la práctica comunitaria en la que dicho filósofo (o filósofos) participa, el tipo de cosas por lo que se lo censura o se lo felicita (o publica). Cuando dichos compromisos se hacen explícitos, suelen ser más bien expresados en la forma de ismos de algún tipo. Cuando se intentan precisar, en cambio, tienen gran potencial para volverse disputas filosóficas en sí mismas. El caso del “naturalismo filosófico” no es la excepción. Pocos filósofos contemporáneos rechazarían ser “naturalistas” en algún u otro sentido. Pero no siempre es del todo claro cuál es el que está en juego.