La ciencia no puede pensar un mundo sustraído de sus formas y sus leyes. La naturaleza pensada desde el ideal galileano como lenguaje matemático exige un orden, hacer de la física matemática una alfabetización del universo. Hacer medible lo que no lo es, inaugura la ciencia moderna y sentencia el presupuesto fundamental de la ciencia: hay saber en lo real.
La necesidad de este sueño recobra su filiación con la Idea platónica en lo inmutable de las formas; a la vez que hereda -una vez más, como ya lo había hecho la patrística- la fe en Dios. Lacan lo enuncia en el Seminario 24, cuando dice que “la ciencia está suspendida de la idea de Dios; es un deilirio que no presume ningún despertar” (Lacan, inédito). La naturaleza se comporta de modo por así decir “mecánico”. Si tienes unas condiciones iniciales dadas, se aplican unas leyes y el resultado siempre, siempre será el mismo. Dios no juega a los dados.
Pero entonces “lo real puede tomar la delantera” (Lacan, inédito) como dice el propio Lacan más adelante, en esta misma entrevista. Es el regalo de Chernóbil. Lo real sin ley, impone su existencia. Y la ciencia, reducida esta vez a ciencia ficción, emula a alguien que sí está autorizado a hablar de ella. “Tenemos un montón de goteras en nuestra realidad” escribe F. Dick (2012).