En La condesa sangrienta los cuerpos femeninos son construidos como muñecas. Las víctimas de la condesa y ella misma son autómatas, cercanas en su caracterización a la “virgen de hierro”, la máquina homicida predilecta por la sonámbula vestida de blanco. En el trabajo de Bellmer (1933-1935) la conexión entre estos juguetes infantiles erotizados y el sadismo es marcada. Hal Foster en su libro Belleza compulsiva (2008) ubica a las muñecas bellmerianas en la zona siniestra del movimiento surrealista. La insistencia, la compulsión en volver a poner en escena el episodio traumático del desmembramiento corporal a través de los cuerpos femeninos que construye, para reproducirlo, es decir, para infligir castigos corporales a estos cuerpos sin vida, tiene mucho en común con el potencial significante de la repetición de las muñecas en La condesa sangrienta y en buena parte de la obra de Alejandra Pizarnik, en la que estas figuras tienen una presencia casi ubicua.