Han pasado ya treinta años desde que cayó la URSS: una caída que nadie previó ni imaginó, porque su existencia –arraigada en el planeta desde hacía 69 años– parecía ser parte estructural de la realidad planetaria, una parte absoluta e inmutable que perduraría para siempre. Sin embargo, la implosión de ese “otro mundo” llegó el 31 de diciembre de 1991 y cambió por completo la anatomía y la fisiología de las relaciones internacionales.