Tomar como fundamento válido para descubrir el sentido educativo de una época, un Congreso Pedagógico, pareciera, a primera vista, un muy limitado proceder historiográfico.
Aquí se impone el tiempo y el espacio con que se cuenta.
Pero si se rastrea, a partir de él y por retrospección la formación de un “espíritu”, un “carácter”, un “sistema de valores” que perduran cierto tiempo, y cuya fuente se encuentra más en los fundamentos que en las declaraciones mismas, puede tratarse de lo que Jaeger dice en la “Introducción” de la Paideia : “en parte alguna adquiere mayor fuerza el influjo de la comunidad sobre sus miembros que el esfuerzo constante para educar a cada nueva generación de acuerdo con su propio sentido”,! y si “un” sistema de valores rige durante cierto tiempo, ha sucedido que se ha cimentado en “un” espíritu, en “un” consenso —no de uniformidad sino de conocimiento reflejo, o no— de una sentida necesidad compartida.
Sigue Jaeger: “así toda educación es el producto de la conciencia viva de una norma que rige una comunidad humana ( . . . ) y puesto que el desarrollo social depende de la conciencia de los valores que rigen la vida humana, la historia de la educación se halla esencialmente condicionada por el cambio de los valores válidos para cada sociedad”.
He aquí por qué el Congreso Pedagógico de 1882 marcaría un hito en la educación argentina, el hito de la “conciencia refleja” de los valores de una época que se colocaron en la portada del sistema educativo naciente. Creemos no exagerar —expresa Juan Carlos Tedesco— si decimos que la importancia de esos veinte años (1880-1900) en la historia de la educación argentina ha sido crucial. Todos los planteamientos programáticos que se venían realizando desde mucho tiempo antes se concretaron en la construcción de un sistema educativo.
Y la concreción de todo el sistema educativo se debió a la clara visión, por los congresales del 82, de ese espíritu, de esa conciencia que se venía forjando en la Argentina anterior al 80.