Aquel domingo de noviembre de 1966, cuando partimos rumbo a Chichicastenango, compartiendo el automóvil de turismo con dos norteamericanos —padre e hijo—, el aire de la mañana era diáfano y el cielo azul. Raúl Osegueda —de tan grata memoria en La Plata, donde se graduó en nuestra Facultad de Humanidades, y más tarde ministro de Educación en su país, Guatemala, durante la presidencia de Arévalo— me había dicho: “No tienes que dejar de ver Chichicastenango en ‘día de plaza’, es decir en día de mercado, un jueves o un domingo; has de presenciar un espectáculo que difícilmente olvidarás”.
Chichicastenango —cuyo lejano y primitivo nombre, antes de la conquista, Chuhuila, ya nadie recuerda—, capital del departamento de Quiché, está enclavado en la Sierra Madre, a 150 kilómetros al noroeste de Guatemala la Nueva, o Nueva Guatemala de la Asunción, fundada dos años después que un terremoto destruyera, en 1773, la primitiva ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala, conocida hoy por Antigua, a 45 kilómetros de la actual capital.