El 2 de noviembre de 1789, en plena efervescencia revolucionaria, la Asamblea Nacional Constituyente francesa decidía la nacionalización del clero francés y, sobre todo, la del conjunto de sus bienes y patrimonio. Con esta medida la Révolution inauguraba un proceso relativamente inédito de amplia transferencia de propiedades eclesiásticas al dominio secular cuyas repercusiones serían notables, material y simbólicamente, tanto en Francia como en el extranjero. La venta de los Biens nationaux de origen eclesiástico, llamados de « primer origen », a los que luego vendrían a agregarse, a partir de julio de 1793, los bienes confiscados a los opositores emigrados de la nobleza, a los curas y eclesiásticos refractarios y, en general, a las personas activamente hostiles al proceso revolucionario, y llamados bienes de « segundo origen », ha constituido un tema mayor de la historiografía francesa. Además de haber alimentado polémicas y conflictos sociales y políticos y haber sido un tema recurrente del imaginario cultural, psicológico y literario durante dos siglos.