Hay papeles protagónicos que no resultan agradables. En las últimas semanas los jóvenes mexicanos han estado en el centro del debate nacional, como imagen insistente de que algo no marcha demasiado bien, señalando de maneras diversas que, pese a las cuentas alegres, hay un malestar profundo que no se logra descifrar más allá de las visiones maniqueas y simplistas, como la que opone a los "globalifóbicos", como enemigos del desarrollo, frente a los muchachos buenos e incomprendidos que se esfuerzan por llevar este país al mismísimo centro del primer mundo.
Los estudiantes de la UNAM, los de El Mexe, los estudiantes presos, los estudiantes menores de edad internados en los Consejos tutelares, los urbanos, los rurales, las mujeres, los hombres, los temerosos, los enojados, los reventados, los serios, los solidarios, los que se desentienden, los que están a favor, los que están en contra, los que no saben, los que no entienden, los que no quieren saber, los rechazados por falta de cupo, los admitidos, los aspirantes y los que nunca serán estudiantes porque no tienen opciones, que juntos representan aproximadamente el 30% de la población de este país, configuran un complejo panorama que no puede, no debe desestimarse.