Entre Buenos Aires y Grecia hay 2.500 años. Pero esa distancia se franquea en un día saboreando sobre las nubes delicias gastronómicas, mientras se escucha música funcional o se mira una película de Jerry Lewis que apacigua la ansiedad. Desde luego el espíritu no se serena fácilmente y arde en secreto en tanto el Boeing 707 vuela por algún rincón de la noche o se espera en las escalas de Madrid y Roma entre japoneses, norteamericanos, hindúes, africanos y demás representantes de esa fauna peculiar que habita los aeropuertos.