La obra de Roberto Arlt ha suscitado durante mucho tiempo reacciones de carácter a menudo pasional. Algunos no han querido ver en la novelas de éste más que una acumulación de ideas extravagantes o perversas, de monstruosidades gratuitas, producto de una imaginación enfermiza y de un tenaz rencor hacia una sociedad hostil y por lo tanto odiada. Otros han reprochado al autor su sintaxis insegura y hasta errónea, en una palabra su lamentable "falta de estilo". Ya se trate de crítica acerca del "fondo" o de la "forma” todos los detractores de Roberto Arlt coinciden en subrayar las supuestas incoherencias, las ingenuidades de relatos como Los siete locos y Los lanzallamas. Pero de esta forma, esa crítica puntillosa “y parece que exclusivamente preocupada por inventariar torpezas e impropiedades" no hace sino revelar su insensibilidad ante la originalidad de ese arte profundamente expresionista, que quiso ser de ruptura e hizo, a sabiendas, de la subjetividad exacerbada, de la sinceridad desmedida sus mayores valores. Por lo que pretendemos aclarar aquí un aspecto algo postergado de la obra de Arlt su dimensión expresionista, perceptible tanto a nivel temático como estructural.