Cada orden sensorial comporta así su naturaleza simple y su estado tenso, atento o ansioso: ver y mirar, sentir y oler u olfatear, gustar y degustar, tocar y tantear o palpar, entender y escuchar. Ahora bien, se da el caso de que esta última pareja, la pareja auditiva, mantiene una relación particular con el sentido en la acepción intelectual o inteligible de la palabra (con el “sentido sensato”, si se quiere, para distinguirlo del “sentido sensible”). “Entender” también quiere decir “comprender”, como si “entender” fuese ante todo “escuchar decir” (antes que “escuchar susurrar”), o mejor aún, como si en todo “entender” debiese haber un “escuchar decir”, independiente de que el sonido percibido sea o no el de la palabra. Pero quizás esto mismo es reversible. En todo decir (y quiero decir, en todo discurso, en toda cadena de sentido) tiene lugar el entender, y en todo entender mismo, en su fondo, una escucha; esto querría decir que quizás es preciso que al sentido no le baste con tener sentido (o con ser logos), sino que además ha de resonar. Todo mi alcance girará en torno a dicha resonancia fundamental, incluso alrededor de una resonancia como fondo, como profundidad primera o última del “sentido” mismo (o de la verdad)”. (Nancy, & Pons, Hn 2007, p. 6).