Hay un espacio social al que siempre se pretendió transparente en términos comunicacionales: hoy ese lugar compone sin-fonías y deja afónicas varias otras cosas. La oración dice "piquetero acorralado asambleísta". Y es público el espacio desde donde ésta mor disquea a la comunicación política, apenas una metáfora moribunda que entonces y a tientas registra un punto ciego. Una opacidad que marca. Y hace la huella al andar. Quizás estemos hablando de la imposibilidad, del decaimiento de la representación y "su" relato.
Es muy frecuente escuchar desde las oficinas del gobierno nacional y provincial. Y desde su policía, enunciados para referirse a los reclamos piqueteros: "no teníamos un interlocutor válido... no había con quien dialogar".
Ahora bien, ¿de quién creen hablar cuando están hablando? ¿Desde qué validez se quiere interrogar? ¿Quién habitaba invisible ante los ojos del gobierno, cuando éste "decidía" hablar? ¿Qué logos rebotaba en el dial del lenguaje? El filosofo contemporáneo J. Ran- ciere llama la atención sobre una constante en el pensamiento occidental desde la época de los griegos:
"los esclavos son esclavos porque no pueden hablar de igual a igual con los amos, porque no comparten el mismo logos (la palabra o la razón) de la ciudad".
Lyotard -respondiendo a los teóricos del consenso democrático y del estado de derecho como Habermas, entre otros- plantea el concepto "diferendo": "un caso de este tipo se da cuando la resolución de un conflicto que opone a dos partes civiles se hace en el idioma de una de ellas mientras que la injusticia sufrida por la otra no se significa en ese idioma".
Veamos. ¿Reconocen las jurídicas normas y la palabra liberal (?) de este gobierno ese sujeto político llamado piquetero, o se conoce y bien al des-ocupado carente que hay que asistir desde y por su carencia jugando el juego de los papelitos? ¿A quién se acepta para dialogar: a la clase media empobrecida o al asambleísta? ¿Qué reclamo se cree alcanzar?