En el presente trabajo propongo mostrar que, a diferencia del lugar destacado que ocupa la pintura en la novela proustiana, la valoración ambigua de otra manifestación visual como la fotografía, resulta un recurso de ficción más que fluctúa entre la estima y la desaprobación a fin de comprometer la actividad del receptor, ya que como sabemos, para Proust, “todo lector es lector de sí mismo” (Proust, 1995, p. 214, 1987-89, p. 489).