El planteo especulativo de lo que debe ser (o en todo caso de lo que podría ser) la educación del hombre, choca hoy con lo que la realidad nos muestra a cada rato: lo que es. Posiblemente sean los no educadores, o los que carecen de función explícita o implícita para educar a sus semejantes, quienes asuman hoy —acaso sin saberlo— la tarea sobre la que la Humanidad ha puesto sus más caras esperanzas. Con una reflexión más penetrante, hasta podríamos decir que ni siquiera los seres humanos ejercen tal tarea, sino sus producciones e invenciones, enderezadas cada vez más a completar un monstruoso aparato tecnológico que, aunque no piensa, obra; y ese realizar sin margen de errores subyuga a quienes sólo creen en la infalibilidad de la máquina por sobre la hermosa cualidad de equivocarse, que es, al fin de cuentas, el rasgo más humano para alcanzar la experiencia y descubrir el espíritu.