Refiere Ricardo Rojas en uno de sus escritos, una anécdota que refleja la esencia de lo que me propongo escribir en el presente trabajo, para determinar que efectivamente Sarmiento vive.
Corría la época reciente en que el rosismo había asumido un inusitado resurgimiento en la Capital Federal, al amparo o vista “gorda” del oficialismo, y en un momento en que el autor de El Profeta de la Pampa, recorría las calles de aquella, acompañando a su colega Germán Arciniegas, escucharon de un grupo de personas que ambulaban por Florida, estos desentonados gritos: “¡Viva Rosas! ¡Muera Sarmiento!. . . ” El visitante, un tanto sorprendido por tales manifestaciones callejeras, preguntó a su amigo: “¿Que significa esto?” “Que Rosas está muerto y sus secuaces desean hacerlo vivir, y que Sarmiento estando vivo, desean que muera porque les proyecta sombra” .
Efectivamente, Sarmiento vive en sus obras y en el corazón de los argentinos que han alcanzado a medir su magnitud continental; en las cosas que hiciera y en las que dejara por hacer en su bregar cotidiano por elevar el progreso y la cultura de su país, a la altura de sus antedentes.