Tan fácil como pedir documentos y tan evidente como detener por averiguación de identidad; tan sencillo como tomar una fotografía; y tan simple como mostrar un álbum de fotos a quienes se acercan a la Comisaría del barrio a denunciar los hechos de los que fueron víctimas hace un rato.
En la rutina policial se pueden distinguir claramente cuatro momentos, cuatro momentos que componen una práctica sistemática: primero, la “detención por averiguación de identidad”; segundo, la sesión de fotos que pasarán a integrar un libro; tercero, la exhibición del libro de fotos a las víctimas; y cuarto, la formación de una rueda de reconocimiento, a partir de la “identificación” en el álbum de fotografías.
Las carpetas modus operandi o “libros de malvivientes”, esas son las denominaciones institucionales, constituyen otra de las facultades discrecionales que tiene la policía en la provincia de Buenos Aires para producir información, la manera de legitimar el “olfato policial”, pero también el punto de partida para fraguar procesos judiciales. En efecto, las carpetas modus operandi, dejan la puerta abierta a la policía para “armar las causas” que les permite, por un lado, producir un suerte de derecho penal paralelo, y por el otro, mejorar sus propias estadísticas en “la lucha contra el delito” creando por añadidura una imagen de “efectividad” ante la comunidad y también frente a las autoridades, estadísticas por otra parte que sabrán hacer valer cuando se reparta el presupuesto y les permitirán de paso quedar mejor posicionados frente a la clase dirigente de turno.