Para que un adolescente devenga en adulto, debe contar necesariamente con un adulto que oficie como tal. Estos últimos aportan ideal del yo, modelos identificatorios, sostén psíquico. Pero en la actualidad nos encontramos con fenómenos complejos, que nos llevan a interrogarnos sobre la figura adulta en sus diferentes ámbitos (familiar y escolar) y su disponibilidad para con los jóvenes. Jóvenes que necesitan construir su propio proyecto de vida.
Podemos preguntarnos entonces: ¿Por qué existen los adultos?, y ¿Para qué existen?. El psicoanálisis nos permite analizar determinados elementos, que nos hace visualizar la importancia de la existencia de la “adultez”. La crianza de niños sin ciertos límites no permite que salgan del narcisismo dentro del cual han nacido. Sin un adulto que medie, que en palabras de Winnicott pueda ser lo suficientemente bueno, y lo suficientemente frustrante, cuando la situación lo amerite, que haga uso de legalidades, crecerán sin limitar su omnipotencia, sin poder postergar la satisfacción de sus deseos, sin reconocer a los otros para desarrollar amor hacia ellos y sin capacidad para armarse lo suficientemente a sí mismos como para cuidarse. En esa suerte de “estado puro”, los únicos sentimientos que los habitan serán el odio y la envidia, hacia los demás. Su incapacidad de recibir amor tampoco les permitirá recibirlo de otros. Tememos que el niño nos odie cuando le ponemos un límite, y la teoría y la experiencia sostienen que nos termina odiando- e incluso obstaculizándose su capacidad amatoria-cuando no le dimos una noción suficiente de límite que le permita vivir en sociedad.
En los adolescentes, se presenta una re-edición de la conflictiva edípica. Se ponen en juego múltiples tiempos: el sujeto se encuentra en plena re-estructuración de su personalidad, existen determinados duelos que hay que resolver, y elecciones a definir. Debe habilitarse el terreno adecuado para que el sujeto pueda emprender ese camino de salida de la endogamia a la exogamia.