En mis tiempos de niño, en una pequeña ciudad del interior del estado de San Pablo (Brasil), yo veía todas las películas de Cantinflas en el teatro local de la ciudad. Puedo afirmar, recurriendo a mi memoria, que ese personaje fue mi primer puente – una especie de puente cinematográfico – con los demás pueblos de América Latina. Yo tenía la costumbre de imitar al personaje creado por Mario Moreno Reyes. Yo quería ser Cantinflas, yo fui Cantinflas en varios momentos de mi infancia.Con su sombrerito de pico para adelante, despeinado, con bigote estirado a los dos lados del labio, con pantalones cortos y anchos y caminando con desenvoltura y gracia yo hacía las mismas pantomimas para alegrar a mi grupo de amigos. Yo era, así, el mismo hombre de pueblo, sin raíces y sin dinero, sobreviviendo de la lógica de la sagacidad, al margen de las leyes de opresión, sentimental y jamás perdiendo de vista la conexión directa con mi pueblo. Con Cantinflas, siendo Cantinflas, aprendí que el oprimido piensa, tiene sentimientos y posee dignidad.