La primera dificultad que encuentro para hacer este comentario del libro es que el prólogo que realizó Ana María Rigotti es tan exhaustivo y completo que deja muy poco que decir en relación al texto. Escrito desde la emoción y el recuerdo, precisa con claridad los tópicos centrales de la personalidad y la poética de Iglesia y el modo en que Claudio Solari interpela al personaje. Más allá de esta grata impresión inicial, nos encontramos frente un libro que quiebra radicalmente la tradición de los trabajos monográficos acerca de los arquitectos. Es que en general, los textos de este género, presentan una introducción y luego un catálogo razonado con las obras ordenadas desde algún punto de vista. Este libro no es así, tiene una estructura singular que responde a lo difícil que resulta hoy hablar de Rafael Iglesia, un tema transitado por múltiples autores en los últimos diez años y sobre el cual se han trazado diversas hipótesis y conjeturas.