Podemos reconocer al diálogo como la esencia del teatro. No nos referimos precisamente al intercambio de palabras, las conversaciones muchas veces estáticas que han confundido por siglos al arte escénico con una de las ramas literarias, sino al compartir un momento único e irrepetible a través de un fluido entramado de signos en común. Iván González Cruz, en su libro “Las danzas clásicas de la India en la formación del actor” nos trae muchos diálogos: el de los artistas de las danzas odissi y bharatanatyam con su público, el diálogo de la formación en esas clásicas tradiciones escénicas con nuestras escuelas de actuación contemporáneas y, más profundo aún, el diálogo todavía insondable entre oriente y occidente.
El eje del texto está signado por la importancia de abarcar el lenguaje no verbal, su origen y desarrollo en el subcontinente asiático, pero también es un eje que, al girar, atrae hacia sí mismo una consecución de ideas, en rigor, ajenas a estas prácticas indias, como las europeas, sin que por ello pierda singularidad la forma en que esta parte del oriente concibe la representación escénica.