El imaginario revolucionario moderno no solo trató de desplegar un mundo nuevo, sino también las condiciones para la realización de una humanidad histórica. En este sentido, toda la retórica sobre la “producción” adoptó múltiples niveles: desarrollo de la máquina colectiva de la conciencia social, comprensión del estado total, y aceleración evolutiva de la especie que culmina en la socialización como único destino. El fin de la producción trata de revisar el fundamento y las implicaciones de estos postulados compilando poéticas que rechazaron el aparato general de la producción poniendo en crisis la historicidad revolucionaria y el tiempo de la vida. Es precisamente esta la impronta que atraviesa la obra de los cineastas Tomás Gutiérrez Alea, Fausto Canel, y Raúl Ruíz; de los pintores Ángel Acosta León y Flavio Garciandía; o escritores como Calvert Casey y Eliseo Diego. En diálogo con la “Critica Radicale”, El fin de la producción indaga en la escritura y la cultura visual con el fin de iluminar formas de vida que trascienden las gramáticas del aparato del desarrollo.