Desde el advenimiento de la modernidad, una geografía mental ha tendido a visualizar los lugares a partir de categorías cardinales que indican, antes que otra cosa, definiciones ideológicas. Norte, sur, este y oeste, han sido mucho más que una orientación territorial. El hecho de que la Tierra fuera una esfera, no impidió crear jerarquías ajenas a esa forma, por las cuales el norte pasó a situarse siempre arriba, en lo alto, mientras que el sur, dispuesto siempre en lo bajo, se constituyó en su radical contracara, como lo es la distinción establecida entre cielo e infierno. De la misma manera, el oeste, entendido como occidente, consolidó su propia identidad desde la oposición a lo extendido más allá de sus alcances, en una imprecisa demarcación de la otredad exótica, poco conocida y amenazante, a la que se le atribuyó haber traído la Peste Negra en 1348.