El hombre llegó a crear todo un instrumental artificial a medida que iba comprendiendo e infiriendo lo que ocurría en su alrededor. Si primero supo observar que un guijarro desportillado podía servirle para cortar aquello que sus uñas y sus dientes no lograban rasgar, luego acertó en reproducir y perfeccionar ese canto cortante hasta crear el filo.
Siguiendo este proceso llegó a desarrollar, en pocos siglos, un amplio surtido de elementales herramientas y, a su vez, un modo de organizar su propia mente.
Crear supone, en efecto, una «gimnasia intelectual» que exige observar, inferir e imaginar. Los antropólogos se interrogan hasta qué punto la habilidad manual ha ayudado a la mente a racionalizarse o ha sido la razón la que ha dotado a esa mano de habilidad.