La oscuridad de la noche ingresa a la habitación por la ventana de la celda del muerto, la noche está en curso pero el sol parece haber dejado su huella en el sofocante calor que reina pese a la brisa diminuta del viento.
Tal vez sean las diez, las once de la noche pero el clima remite a la hora de la siesta. Esa hora interminable, agobiante pero al mismo tiempo placentera y artífice de inspiración. Ya lo decía Macedonio Fernández: “En la hora de la Siesta se produce el Misterio del Pensamiento en su entera lucidez y en pleno ejercicio de la Todo- Posibilidad de la imaginación y la inventiva”. En esta extraña hora, sin prestigios intelectuales, Fernández ubica el centro de su potencia inteligente. En 1940, le dedica a la Siesta un extenso y hermético poema titulado: “Poema de trabajos de estudios de las estéticas de la siesta”. La Libertad, y Los Muertos de Lisandro Alonso, La ciénaga y La Niña Santa de Lucrecia Martel parecieran ubicarse en una especie de estética de la siesta”. Ese lenguaje que se construye inacabable e inaccesible en el letargo de los films.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)