Simplificando al extremo, los modelos de organización administrativa y territorial se agrupan en dos categorías: los modelos centralizados (unitarios) y los descentralizados o federales. Estos últimos son más el producto de la historia o de la geografía que el de la razón pura. En regla general los estados federales se han organizado en naciones con procesos de unificación tardíos o con fuerte diversidad cultural e idiomática (Alemania, España), o bien en naciones que cubren enormes extensiones territoriales, donde la descentralización de la decisión administrativa correspondió en el pasado a una verdadera necesidad (EE.UU., Rusia, en alguna medida Argentina, Brasil y México). Si comparamos la performance de los estados federales en relación a los modelos más centralizados los resultados no son concluyentes en ningún sentido. Sin embargo, para que el federalismo resulte exitoso, como en el caso de los EE.UU., parecieran existir ciertas reglas básicas. Primero, es necesario disponer de una clara delimitación de las esferas de responsabilidad de la administración central y de las administraciones subnacionales. Segundo, debe existir un pacto impositivo que asegure recursos propios y no superpuestos a cada instancia administrativa (central, intermedio, local). Tercero, el éxito de una federación está atada a la sujeción de todos sus miembros a reglas comunes en materia presupuestaria y monetaria. Cuando estas reglas mínimas se cumplen, el complejo proceso de articulación de decisiones entre la administración nacional y las administraciones federales funciona y, a su vez, los premios y castigos propios del sistema democrático corrigen en el tiempo las disfuncionalidades.