Que las ONGs hayan estado a la palestra de una siempre controvertida educación sexual en las escuelas, es indiscutible. Que las ONGs hayan avivado la circulación de la palabra atravesando canales como sexualidad, género y derechos en los espacios soberanos del Estado, ha sido una experiencia de empoderamiento radical. Que las ONGs hayan habilitado disidencias que desestabilizarían sus propias lógicas, es un lujo que pueden darse los colectivos que asumen riesgos en sus prácticas emancipatorias y ello es preciosamente irreparable, por suerte. Pero que la libra de carne de tamaña empresa haya sido cobrada del cuerpo de las trabajadoras; es decir, que haya sido la fuerza de trabajo la que cargara con los costes de su capitalización, sin duda debería llevarnos a problematizar lo conveniado en los convenios entre organizaciones de la sociedad civil feministas y un Estado patriarcal.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)