Edgardo Antonio Vigo es una presencia tan constante como escurridiza en el arte argentino, quizás porque su obra es esquiva a las categorías convencionales del arte, no sólo porque el artista construyó una batería de términos nuevos para describir su poética, sino porque su obra plantea otro marco para comprender los desarrollos del arte de la neovanguardia argentina durante los años sesenta y setenta.
Vigo construyó sus propios conceptos, teorías y metodologías que empleó a través de un arsenal de obras que tensionan al máximo su potencial crítica y que evidencian, en muchos casos, el entramado social y la fuerte conflictividad que caracterizaron a los años sesenta y a la radicalización política de la década siguiente.