Primero fue el verbo; y nació el hombre. Desde ese ancestro, hombre y verbo, en prístinas identidades, raíz y razón final, hicieron la historia. Azaroso fue el trajinar del hombre naciente. Le acecharon y le desgarraron los embates de la naturaleza, la avidez y la intolerancia. Incoercible, en épicos renacimientos, llegó, esperanzado, al siglo de las luces, y por él al de la ciencia y del progreso y a éste que Ellen Key preanunció cual el siglo de los niños. Empero, a cada aurora, otras realidades ensombrecían al ideal: guerras tremendas, racismo, colonialismo, ignorancia y despotismo.