Cincuenta años han pasado desde que los primeros exiliados políticos tuvieron que salir de Brasil debido a la implantación de una compleja dictadura basada en la seguridad nacional. En cinco décadas, el exilio dejó huellas imborrables en la memoria y en la trayectoria de miles de personas que tuvieron que abandonar de forma muchas veces violenta, el país donde construyeron sus principales horizontes de referencia.
El exilio es un proceso dinámico donde se experimentan vivencias negativas, pero por otro lado, donde se viven experiencias sumamente enriquecedoras. Como afirma Denise Rollemberg, esta experiencia tiene una doble cara: es “un drama y un renacimiento, al mismo tiempo. La distancia que hace sufrir es la misma que permite una pausa para la reflexión y el aprendizaje, de donde surge una visión más clara de si y del proyecto por el cual se luchaba”.1La heterogeneidad, la diversidad, el dinamismo y la multiplicidad de experiencias, son las características fundamentales de todo exilio político, y las aportaciones de los académicos brasileños al conocimiento, la docencia y la investigación en la UNAM, son ejemplo de ello.