Restos épicos. La literatura y el arte en el cambio de época, de Mario Cámara, analiza la articulación entre arte y política en una serie de textos culturales argentinos y brasileños que en los años sesenta o setenta “hubieran cuestionado el momento revolucionario en el instante mismo de su primacía” (p. 14), o que “reinscribieran sintagmas y emblemas revolucionarios a partir del período de las transiciones democráticas” (p. 14) El corpus es bien diverso y también la galería de personajes que lo habitan: Tiradentes, héroe del movimiento independentista brasileño en las obras de Cildo Meireles, Silviano Santiago y Eduardo Coutinho; los bandidos y marginales de unas fotografías recuperadas por Rosângela Rennó y Helio Oiticica, los obreros-performers de Oscar Masotta y de Oscar Bonny, las obreras de las La hora de la estrella (Lispector, 1977 ) y Boca de lobo (Chefjec, 2000); la Evaninfa de una foto tomada en los años cuarenta y rescatada en los setenta y la Eva-zombi de Nestor Perlongher; los militantes incongruentes del poema Punctum de Martín Gambarotta, y los militantes manipuladores de la película El estudiante (Mitre, 2011).
El foco está puesto en dos figuras claves para pensar lo que Badiou llamó un siglo voluntarioso atravesado por la “pasión por lo real” y las promesas emancipatorias. Por un lado, el “obrero”, el “militante” o el “pueblo”, entendido como emblema de una revolución primero anhelada, después trunca. Por el otro, el artista o el intelectual que no es nunca portavoz del pueblo ni erudito vanguardista sino que es una figura, nos dice el autor, capaz de escuchar la voz del otro en lugar de hablar por el otro. Esta cualidad aúna a personajes de muy diversa naturaleza como Caetano Veloso, Oscar Masotta, Santiago Silviano y Eduardo Coutinho.