La sepsis debe ser considerada como un síndrome clínico caracterizado por la presencia de un foco infeccioso con fallo único pluriparenquimatoso. Este fallo se puede deber a:
1. Acción primaria (endotóxica) sobre las células (bloqueo de la cadena respiratoria).
2. Acción deletérea de ciertas drogas administradas durante el cuadro séptico (isquemia por dopamina, por ejemplo).
3. Deterioro de la función de un órgano al fallar otro del cual depende directamente (hígado y riñón en la claudicación miocárdica).
La posibilidad, sumamente frecuente, de que se encuentren afectados órganos encargados de la metabolización y/o excreción de las drogas antibacterianas, lleva a la necesidad de un manejo prudente y escrupuloso de las mismas. Esto se acentúa si consideramos que muchos de los antibióticos utilizados frecuentemente en sepsis pueden tener acción tóxica sobre los órganos de metabolismo y/o excreción (clindamicina y aminoglucósidos sobre hígado y riñón, respectivamente).
Los antibióticos lejos están de constituir una terapéutica ideal en la sepsis, ya que de los mecanismos aceptados de agresión bacteriana (virulencia, adherencia, acción tóxica primaria y acción tóxica secundaria y fenómeno necrohemorrágico) sólo actúan sobre los dos primeros.
De todas maneras, en la actualidad, constituyen el medio más eficaz en la lucha contra la sepsis, sólo superado por el drenaje quirúrgico del foco cuando ello es posible.