El título de estas líneas proviene de La Campaña, novela en la que Carlos Fuentes recrea las instancias fundacionales de Sudamérica y que en uno de sus párrafos dice: “¿Entenderían los patriotas suramericanos que sin ese (su) pasado nunca serían lo que anhelaban ser: paradigmas de la modernidad? La novedad en sí es ya una anacronía: corre hacia su vejez y su muerte irremediables. El pasado renovado es la única garantía de modernidad”.
Esa frase, evocada precisamente a propósito de la Reforma Universitaria por Francisco Delich, resume admirablemente dos de los rasgos distintivos de lo humano: la ineludible necesidad de reconocerse como herederos y el imperativo de renovar esa herencia recibida para construir el futuro.
Esta es la idea que nos impulsa a buscar en los principios del movimiento reformista –que, aunque generado en el pasado, “mantiene alerta una conciencia civil, institucional, ética en el sentido más generoso del término”– el estímulo para acometer la ardua tarea de su renovación y así mantener su vigencia. Ya lo señaló hace más de tres décadas el rector de la Universidad de Buenos Aires, Risieri Frondizi, cuando dijo: “Cabe llenar hoy de contenido el grito juvenil de indignación y poner la reforma al día”. Cada generación, haciendo “ejercicio responsable de la imaginación”, debe mantener vigentes, no ya las formas rituales, sino los principios de la reforma y, con base en ellos, preparar a la institución universitaria para enfrentar los desafíos que le plantean los complejos tiempos que vive.