El proceso de adaptación humana al suelo americano fue lento pero gradualmente creciente. Al principio, pequeñas bandas nómades formadas por un puñado de individuos fueron capturando los diversos paisajes americanos, las costas de los océanos Pacífico y Atlántico, las márgenes de los ríos, lagos y salares, las llanuras de la pampa argentina y praderas de Norteamérica, las selvas del Amazonas, las tierras altas de la Cordillera de los Andes, los altiplanos de Méjico y Bolivia, entre otros escenarios, fueron lentamente ocupados. Eran culturas de recolectores, cazadores y pescadores que dominaban el fuego, fabricaban puntas de proyectil y artefactos de piedra, hueso, concha y madera similares a los del Paleolítico Superior europeo.